En
la celebración del Día del Amor es un deber que “seamos para la historia
amorosos y puros.”
En todas partes y en todos los
tiempos el amor es un sentimiento que une a los seres humanos, y los une
también a una causa, a un ideal, a una patria y hasta a la humanidad. Los
amores entre un hombre y una mujer han sido inmortalizados por la historia y la
literatura.
Sobre este sentimiento humano, en un sentido amplio y abarcador, José
Martí legó ideas hermosas a las que siempre se podrá recurrir para hacernos
mejores y afianzar la nobleza del alma.
Así, por ejemplo, afirmaba que “yo creo que sólo debe haber amor para las
mujeres”. Y añadía una idea clave: “El secreto de toda victoria, …es la
compañía de una buena mujer”. También definía que el “amor es delicadeza
fina, merecimiento y respeto”.
La alta estima de Martí sobre
la mujer en el plano individual, se proyecta en forma coherente en el enfoque
social sobre la significación que tiene la participación de la mujer en la obra
redentora de un pueblo. Sobre este asunto reflexionó.
“Las campañas de los
pueblos sólo son débiles, cuando en ellas no se alista el corazón de la mujer;
pero cuando la mujer se estremece y ayuda, cuando la mujer tímida y quieta de
su natural, anima, aplaude, cuando la mujer culta y virtuosa unge la obra con
la miel de su cariño, la obra es invencible”.
Porque “toda la patria… está en la mujer: si ella falla, morimos:
si ella nos es leal, somos. La abnegación de la mujer obliga al hombre a la
virtud”. Y el elogio se exhalta más en Martí, al decir:
“En los Andes puede
estar el pedestal de nuestra libertad, pero el corazón de nuestra
libertad está en nuestras mujeres”.
Por eso hay en Martí la
prevención y el estímulo ante el sentimiento sublime y noble del amor entre las
personas, y aconseja:
“No se canse de defender, ni de
amar. No se canse de amar”.
“La única verdad de la vida, y
la única fuerza, es el amor. En él está la salvación y en él está el mando. El
patriotismo no es más que amor.
La amistad no es más que amor”.
Y confiesa: “Yo abrazo a todos
los que saben amar”. “El cariño es la llave del mundo y el odio es su estercolero”.
“El que ama es oro. El que ama poco, con trabajo, a regañadientes, contra su
propia voluntad, o no ama, -no es oro. Que el amor sea la moda. Que
se marque al que no ame, para que la pena lo convierta”.
Y finalmente expresa su fe en
el engrandecimiento patrio: “Cuba es pueblo que ama y cree, y goza en amar y
creer” “El cubano ama la gloria, porque es capaz de ella: ama a los
que pasean por el mundo la gloria de su patria”.
Con estas hermosas ideas sobre el amor quiero
introducir el amor compartido entre Carlos Manuel de Céspedes, primer
presidente de la República de Cuba en Armas y reconocido como Padre de la
Patria , y Ana de Quesada (Anita), a partir del encuentro de ambos en una fecha
gloriosa de nuestra historia, precisamente para fundar a la nueva república que
desafiaba el poder colonial de España.
El encuentro de Céspedes con
Anita tuvo lugar en la circunstancia siguiente. Era el 10 de abril de 1869. Esa
mañana el poblado de Guáimaro estaba engalanado como para una feria gigante. La
calle principal, recta y ancha, desembocaba en una plaza espaciosa. Estaba a
esa hora atestada de gente.
La cabalgata de los
delegados continuó entre el polvo, los sombreros de yarey, el sudor de la
concurrencia, el tufo que emanaba de las bestias sudorosas y las exclamaciones
y vivas del gentío. En un punto de la plaza se encontraba una hermosa joven.
Era Ana de Quesada. Sus familiares y amigos le llamaban
cariñosamente Anita. Años más tarde ella testimoniaría su presencia allí de
esta manera.
“Yo pertenecía a ese grupo de jóvenes
camagüeyanas que siguiendo a nuestros mayores, fuimos a presenciar en Guáimaro
el nacimiento de un pueblo. Allí vi por primera vez a Carlos Manuel. Esposa
después del primer Presidente de la República , hube de sufrir a su lado los
rigores de la campaña en los más crudos años de la guerra.”
Cuando se casaron el 4 de
noviembre de 1969, ella, que había nacido el 14 de febrero de 1842, tenía 27
años, y él, que había nacido el 18 de abril de 1819, tenía 50 años. Permanecieron
juntos, sufriendo los avatares de la guerra, apenas un año, pues en su intento
de salida para el extranjero fue detenida y en diciembre
de 1870 salió deportada hacia los Estados Unidos.
Tuvieron tres hijos, uno muerto
de enfermedad en la manigua y dos, mellizos, nacidos en el extranjero. Nunca
volvieron a verse, y Céspedes sólo pudo ver a Anita y sus hijos en retratos.
Así que en forma
resumida expondré fragmentariamente aquellas confesiones en cartas, a modo de
despedidas, y en diarios que reflejan las angustias de la separación y las
manifestaciones del amor compartido, en que resaltan la ternura de un hombre
que llevaba sobre sus hombros la dirección del país en guerra, vivía los azares
y pesares de una vida trashumante en los campos insurrectos de Cuba, y aún
tenía un surtidor de sentimientos amorosos para su familia.
“Más quisiera
decirte, pero mis males pueden agravarse escribiendo demasiado. Hace más de
seis meses que te separaste de mí; no creo volverte a ver más en la tierra,
pero mi corazón es tuyo y te amo sinceramente…
Ya ves que yo te abro mi pecho
y te cuento todo lo que me pasa. Tú sé lo mismo conmigo y como Eloísa y
Abelardo si no hemos de ser más que el uno para el otro, seamos para la historia amorosos y puros.”
“El ansiado correo del
exterior llegó por fin… supe que tú, que
eres hoy mi prenda más cara en el mundo, después de Cuba, y mis adorados mellizos continuabais
en perfecta salud…”
“Cumplieron este mes un año nuestros queridos
hijitos y aún no los he conocido! ¡Ay! Tal vez no los conoceré nunca! También
hizo veinte meses que no te veo! En esa eternidad, cuantos dolores!
Esto lo recordé el 13 y no obstante mi entereza y la firme
resolución que tengo formada de morir, si no doy libertad a mi patria,
resolución que creo me apruebas y debes aprobarme, te confieso que sufrí una
angustia mortal y para vencerla necesité toda la fuerza de mi voluntad. Es cierto que no hay sacrificio comparable
con el de vivir separado de ti y de las prendas de nuestro amor.”
“Yo estoy persuadido de
que no he de volver a verte; porque moriré en la guerra, o alguno me matará
antes. Nunca conoceré a nuestros hijitos más que por retratos; pues
también su tierna edad los expone mucho a una desgracia.”
“Para concluir,
alma mía, tu sabes que soy tuyo, ¡que te
quiero más que a mí mismo, y que jamás podré olvidarte, que tu separación me es
más dolorosa que la muerte; …; pero es preciso conformarse con la
suerte y esperar días más felices.
Mientras que se realiza tanta
ventura, me despido de ti, enviándote mis suspiros amorosos, mis besos que se
pierden por el aire…”
“Adiós, alma de mi vida,
inolvidable tesoro: con los tiernos frutos de nuestro amor, recibe los
afectuosos cariños de tu esposo.”
“Para ti tengo un
corazón lleno de amor eterno y para mis adorados hijos las caricias de un padre
afectuoso.”
“Mil caricias a los queridos
mellizos. De ti me despido, jurándote amor eterno.”
“Adiós, mi
idolatrada mujercita. Soy todo tuyo. Doscientos mil millones de recuerdos
y caricias mando para ti y mis queridos hijitos.
“
¡Adiós, pues!. Para los niños
mil besos y para ti… Vamos…! Un abrazo… ¿Por qué no? Eso no es quebrantar mis
castos propósitos…”
“Dale un millón de besos a mis adorados hijitos… y
mientras otra cosa dispone la fortuna, mi
vida es tuya.”
“Sábado 13 de diciembre.
Anoche lloviznó dos veces y hoy está fría la mañana.
Cumplen tres años justos que me
separé de mi Anita. Estábamos en Camagüey, cerca de San Jerónimo, en casa de una
familia de apellido Placeres, a quien luego capturaron los españoles. Nunca he
estado tanto tiempo separado de una persona amada. (…)
Ahora, aunque mi Anita vive con
su familia, todos están en un país extranjero y sin más medios de subsistencia
que los que mi posición les proporcionaba. Muchos amigos les volverán la
espalda; porque he dejado de ser Presidente.
En cuanto a mí, haciendo la vida del salvaje,
estoy perseguido por los españoles que ansían mi muerte, y lo que es más
sensible, estoy rodeado de enemigos políticos en los mismos cubanos envidiosos
de mi gloria y que desean anonadarme, aun antes de saber cuál será el éxito de
nuestra contienda y qué lugar nos asignará la historia en sus páginas.
No conozco a mis propios hijos
nacidos en el destierro y es muy probable que jamás vea a esos objetos tan
queridos. Resignado estoy a mi muerte y aquí como en la hora de mi último
suspiro, para nada contaré mis sufrimientos y únicamente rogaré al G.A.D.U, que
conceda algunos días risueños en la tierra a los seres que me han amado, y a
estos que me perdonen los dolores que por mi causa han sufrido!”
“Me he levantado triste,
pensando que nunca más volveré a ver a las personas que amo y que mis hijitos
ni siquiera habrán conocido mis cabellos y mi barba que les mandaba con
Vega y regularmente se habrán perdido en su naufragio.”
“Este fue el modo en que
se inauguró el cuarto año de la Constitución de Guáimaro. Como el mal y el bien
se suceden alternativamente, espero que la felicidad toque a su término.
Yo recordé muchas veces, y ese
grato recuerdo me hizo olvidar las horas de sufrimiento, que en aquellos días
memorables encontré a Anita sobre la tierra como el pájaro que halla su nido y
el alma que halla su cielo.Pensé
que lo bueno y lo verdadero siempre hallan su hora en que todo lo vencen.”
Carlos Manuel de Céspedes cayó muerto en combate
el 27 de febrero de 1874. En estos breves minutos finales de su vida quizás
imaginó que escaparía de sus enemigos como otras tantas veces, o quizás sintió
que abrazaba y besaba a su Anita y sus mellizos y luego se les escapaban como
en un sueño.
“Aunque el corazón me anuncia
que es eterna nuestra separación, tu recuerdo está siempre vivo en mi memoria y
me enajena a veces la ilusión de que algún día pueda volver a oprimirte en mi
seno. Pero si esa dicha ha de lograrse, saliendo yo de Cuba, ay, amor mío, que
muera yo sin probarla…”
Se había cumplido el vaticinio
confesado en carta a su esposa Anita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario