domingo, 2 de marzo de 2014

En la celebración del Día del Amor es un deber que “seamos para la historia amorosos y puros.”

 En todas partes y en todos los tiempos el amor es un sentimiento que une a los seres humanos, y los une también a una causa, a un ideal, a una patria y hasta a la humanidad. Los amores entre un hombre y una mujer han sido inmortalizados por la historia y la literatura.  

Sobre este sentimiento humano, en un sentido amplio y abarcador, José Martí legó ideas hermosas a las que siempre se podrá recurrir para hacernos mejores y afianzar la nobleza del alma.
   
Así, por ejemplo, afirmaba que “yo creo que sólo debe haber amor para las mujeres”. Y añadía una idea clave: “El secreto de toda victoria, …es la compañía de una buena mujer”. También definía que el “amor es delicadeza fina, merecimiento y respeto”.
   
La alta estima de Martí sobre la mujer en el plano individual, se proyecta en forma coherente en el enfoque social sobre la significación que tiene la participación de la mujer en la obra redentora de un pueblo. Sobre este asunto reflexionó.
  
 “Las campañas de los pueblos sólo son débiles, cuando en ellas no se alista el corazón de la mujer; pero cuando la mujer se estremece y ayuda, cuando la mujer tímida y quieta de su natural, anima, aplaude, cuando la mujer culta y virtuosa unge la obra con la miel de su cariño, la obra es invencible”.
Porque “toda la patria… está en la mujer: si ella falla, morimos: si ella nos es leal, somos. La abnegación de la mujer obliga al hombre a la virtud”. Y el elogio se exhalta más en Martí, al decir:

“En los Andes puede estar  el pedestal de nuestra libertad, pero el corazón de nuestra libertad está en nuestras mujeres”.



Por eso hay en Martí la prevención y el estímulo ante el sentimiento sublime y noble del amor entre las personas, y aconseja:
   
“No se canse de defender, ni de amar. No se canse de amar”.

“La única verdad de la vida, y la única fuerza, es el amor. En él está la salvación y en él está el mando. El patriotismo no es más que amor.

La amistad no es más que amor”.

Y confiesa: “Yo abrazo a todos los que saben amar”. “El cariño es la llave del mundo y el odio es su estercolero”. “El que ama es oro. El que ama poco, con trabajo, a regañadientes, contra su propia voluntad,  o no ama, -no es oro. Que el amor sea la moda. Que se marque al que no ame, para que la pena lo convierta”.
   
Y finalmente expresa su fe en el engrandecimiento patrio: “Cuba es pueblo que ama y cree, y goza en amar y creer” “El cubano ama la gloria, porque es capaz  de ella: ama a los que pasean por el mundo la gloria de su patria”.
  
   Con estas hermosas ideas sobre el amor quiero introducir el amor compartido entre Carlos Manuel de Céspedes, primer presidente de la República de Cuba en Armas y reconocido como Padre de la Patria , y Ana de Quesada (Anita), a partir del encuentro de ambos en una fecha gloriosa de nuestra historia, precisamente para fundar a la nueva república que desafiaba el poder colonial de España.
   
El encuentro de Céspedes con Anita tuvo lugar en la circunstancia siguiente. Era el 10 de abril de 1869. Esa mañana el poblado de Guáimaro estaba engalanado como para una feria gigante. La calle principal, recta y ancha, desembocaba en una plaza espaciosa. Estaba a esa hora atestada de gente.
  
 La cabalgata de los delegados continuó entre el polvo, los sombreros de yarey, el sudor de la concurrencia, el tufo que emanaba de las bestias sudorosas y las exclamaciones y vivas del gentío. En un punto de la plaza se encontraba una hermosa joven.
Era Ana de Quesada. Sus familiares y amigos le llamaban cariñosamente Anita. Años más tarde ella testimoniaría su presencia allí de esta manera.
    “Yo pertenecía a ese grupo de jóvenes camagüeyanas que siguiendo a nuestros mayores, fuimos a presenciar en Guáimaro el nacimiento de un pueblo. Allí vi por primera vez a Carlos Manuel. Esposa después del primer Presidente de la República , hube de sufrir a su lado los rigores de la campaña en los más crudos años de la guerra.”
  
 Cuando se casaron el 4 de noviembre de 1969, ella, que había nacido el 14 de febrero de 1842, tenía 27 años, y él, que había nacido el 18 de abril de 1819, tenía 50 años. Permanecieron juntos, sufriendo los avatares de la guerra, apenas un año, pues en su intento de salida para el extranjero fue detenida  y  en diciembre de 1870 salió deportada hacia los Estados Unidos.

Tuvieron tres hijos, uno muerto de enfermedad en la manigua y dos, mellizos, nacidos en el extranjero. Nunca volvieron a verse, y Céspedes sólo pudo ver a Anita y sus hijos en retratos.

  Así que en forma resumida expondré fragmentariamente aquellas confesiones en cartas, a modo de despedidas, y en diarios que reflejan las angustias de la separación y las manifestaciones del amor compartido, en que resaltan la ternura de un hombre que llevaba sobre sus hombros la dirección del país en guerra, vivía los azares y pesares de una vida trashumante en los campos insurrectos de Cuba, y aún tenía un surtidor de sentimientos amorosos para su familia.

  “Más quisiera decirte, pero mis males pueden agravarse escribiendo demasiado. Hace más de seis meses que te separaste de mí; no creo volverte a ver más en la tierra, pero mi corazón es tuyo y te amo sinceramente…

Ya ves que yo te abro mi pecho y te cuento todo lo que me pasa. Tú sé lo mismo conmigo y como Eloísa y Abelardo si no hemos de ser más que el uno para el otro, seamos para la historia amorosos y puros.”
  
 “El ansiado correo del exterior llegó por fin… supe que tú, que eres hoy mi prenda más cara en el mundo, después de Cubay mis adorados mellizos continuabais en perfecta salud…”
   “Cumplieron este mes un año nuestros queridos hijitos y aún no los he conocido! ¡Ay! Tal vez no los conoceré nunca! También hizo veinte meses que no te veo! En esa eternidad, cuantos dolores!
 Esto lo recordé el 13 y no obstante mi entereza y la firme resolución que tengo formada de morir, si no doy libertad a mi patria, resolución que creo me apruebas y debes aprobarme, te confieso que sufrí una angustia mortal y para vencerla necesité toda la fuerza de mi voluntad. Es cierto que no hay sacrificio comparable con el de vivir separado de ti y de las prendas de nuestro amor.”
  
 “Yo estoy persuadido de que no he de volver a verte; porque moriré en la guerra, o alguno me matará antes. Nunca conoceré a nuestros hijitos más que por retratos; pues también su tierna edad los expone mucho a una desgracia.”
  
  “Para concluir, alma mía, tu sabes que soy tuyo, ¡que te quiero más que a mí mismo, y que jamás podré olvidarte, que tu separación me es más dolorosa que la muerte; …; pero es preciso conformarse con la suerte y esperar días más felices.

Mientras que se realiza tanta ventura, me despido de ti, enviándote mis suspiros amorosos, mis besos que se pierden por el aire…”
   
“Adiós, alma de mi vida, inolvidable tesoro: con los tiernos frutos de nuestro amor, recibe los afectuosos cariños de tu esposo.”

  “Para ti tengo un corazón lleno de amor eterno y para mis adorados hijos las caricias de un padre afectuoso.”
   
“Mil caricias a los queridos mellizos. De ti me despido, jurándote amor eterno.”
   
 “Adiós, mi idolatrada mujercita. Soy todo tuyo. Doscientos mil millones de recuerdos y caricias mando para ti y mis queridos hijitos.
   “
¡Adiós, pues!. Para los niños mil besos y para ti… Vamos…! Un abrazo… ¿Por qué no? Eso no es quebrantar mis castos propósitos…”
  
 “Dale un millón de besos a mis adorados hijitos… y mientras otra cosa dispone la fortuna, mi vida es tuya.”
  

 “Sábado 13 de diciembre. Anoche lloviznó dos veces y hoy está fría la mañana. 

Cumplen tres años justos que me separé de mi Anita. Estábamos en Camagüey, cerca de San Jerónimo, en casa de una familia de apellido Placeres, a quien luego capturaron los españoles. Nunca he estado tanto tiempo separado de una persona amada. (…) 

Ahora, aunque mi Anita vive con su familia, todos están en un país extranjero y sin más medios de subsistencia que los que mi posición les proporcionaba. Muchos amigos les volverán la espalda; porque he dejado de ser Presidente.

 En cuanto a mí, haciendo la vida del salvaje, estoy perseguido por los españoles que ansían mi muerte, y lo que es más sensible, estoy rodeado de enemigos políticos en los mismos cubanos envidiosos de mi gloria y que desean anonadarme, aun antes de saber cuál será el éxito de nuestra contienda y qué lugar nos asignará la historia en sus páginas.

No conozco a mis propios hijos nacidos en el destierro y es muy probable que jamás vea a esos objetos tan queridos. Resignado estoy a mi muerte y aquí como en la hora de mi último suspiro, para nada contaré mis sufrimientos y únicamente rogaré al G.A.D.U, que conceda algunos días risueños en la tierra a los seres que me han amado, y a estos que me perdonen los dolores que por mi causa han sufrido!”
  
 “Me he levantado triste, pensando que nunca más volveré a ver a las personas que amo y que mis hijitos ni siquiera habrán conocido mis cabellos y mi barba que les mandaba con Vega y regularmente se habrán perdido en su naufragio.”
  
 “Este fue el modo en que se inauguró el cuarto año de la Constitución de Guáimaro. Como el mal y el bien se suceden alternativamente, espero que la felicidad toque a su término.

Yo recordé muchas veces, y ese grato recuerdo me hizo olvidar las horas de sufrimiento, que en aquellos días memorables encontré a Anita sobre la tierra como el pájaro que halla su nido y el alma que halla su cielo.Pensé que lo bueno y lo verdadero siempre hallan su hora en que todo lo vencen.”  
   Carlos Manuel de Céspedes cayó muerto en combate el 27 de febrero de 1874. En estos breves minutos finales de su vida quizás imaginó que escaparía de sus enemigos como otras tantas veces, o quizás sintió que abrazaba y besaba a su Anita y sus mellizos y luego se les escapaban como en un sueño.
   
“Aunque el corazón me anuncia que es eterna nuestra separación, tu recuerdo está siempre vivo en mi memoria y me enajena a veces la ilusión de que algún día pueda volver a oprimirte en mi seno. Pero si esa dicha ha de lograrse, saliendo yo de Cuba, ay, amor mío, que muera yo sin probarla…”
  
Se había cumplido el vaticinio confesado en carta a su esposa Anita.


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